Tras haber estado tanto tiempo sin pareja, me doy
cuenta de que en realidad ya no sé nada del amor, que lo poco que sabía se me
ha olvidado por completo. Fueron varias las ocasiones en las que creí que estaba
a punto de hacerlo sentir y de sentirlo, pero todas esas veces resultaron ser simulacros, esos “amores” eran tan
fugaces como cualquier verano esperado, se fueron por donde vinieron, y hasta
me atrevería a decir que muchos huyeron por la salida de “emergencia, corazón
de chica palpita demasiado rápido”. Pero nadie tiene la culpa, ¿no? ¿Quién
diablos iba a saber que yo llevaba bastante tiempo rota en pedazos y que estaba
a la espera de que alguien los juntara? Nadie. Ni yo misma. Ni yo misma sabía que
estaba esperando lo inesperado, pero me di cuenta, me di cuenta con aquél
último chico, sí, ese de allí, el que ahora mismo mi mente está mirando, llegué
para romperle todos los esquemas de su vida y hacerle volver loco y él llegó
para hacerme perder la cabeza y romperme el corazón. No lo culpo por quererle,
¿o sí debería? Es que creo que él es lo más parecido al amor; porque el amor es
que te sonrían con las manos, que te besen con la mirada, que te abracen
mientras te piden a gritos que se mueren de ganas de ti, y, que por muy raro
que parezca, una simple flor seca bien guardada refleja lo fugaces que son los
“amores” y lo inconscientes que somos nosotros mismos cuando estamos
enamorados.
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