Me despierto y noto que mi aliento sabe a la dulce miel de tus besos. Cojo aire, respiro, siento que tengo calor, miro hacia el lado vacío de la cama y me doy cuenta de que no estás. Cierro los ojos, recuerdo todo lo anterior, es decir, del sueño que me he despertado. Recuerdo que estábamos en una playa, pero no en una cualquiera, sino en esa que tantas veces dijimos que iríamos juntos; estoy cerca de ti, escalo las rocas hasta llegar a ti y me planto delante de ti, no se me pasa nada por la cabeza, sólo tu nombre y el amor que eso conlleva, nos quedamos demasiado expectantes, pero me abrazas y me salvas de toda esa mierda de la que he querido huir tantas veces, y yo te acaricio tranquilamente la espalda, siguiendo la delgada y perfecta línea de tu columna vertebral, y siento que me podría pasar la vida así, jugando a dibujarte corazones con los dedos. De repente me separas y me miras, te acercas lentamente y noto tus labios húmedos como rozan los míos con necesidad, como si tuvieras todo el tiempo del mundo para hacerlo y nada nos pudiese interrumpir; sonrío y me impregno de felicidad. Te vuelvo a abrazar, y siento que no quiero dejar de hacerlo nunca. Ni una palabra, pero ya lo decimos todo, y la sensación que me da tu cara es de me da todo absolutamente todo igual. El sueño no termina aquí, cuando me doy cuenta estamos en mi habitación y tú me ayudas a hacer la cama que he dejado deshecha, y como mi vida, has venido a colocarla. Al terminar te tumbas en ella y te quedas fijamente mirándome de arriba abajo y yo te observo y pienso que eres la persona más bonita y sexy del universo. Haces amago de hablar, pero no sabes si hacerlo, no te atreves, y yo espero que lo que digas simplemente no lo estropee todo. Respiras fuerte y dices tartamudeando “creo que, bueno sé que, no sé ni por qué, pero te quiero” Y siento tranquilidad, felicidad, paz en el interior, como si hubiese estado esperando esas dos palabras salir de tu boca toda mi vida, pero no respondo, no me atrevo, así que me quito los zapatos y me acomodo a tu lado en la cama, me besas, intensamente, con ganas, con necesidad, y me preguntas “¿estás segura? Y yo no respondo, pero pienso que he esperado este momento durante 402 días y 401 noches, y que hoy, hoy no va a ser menos. Me levanto de la cama y me quito la ropa de forma sutil y sensual mientras no me apartas la mirada, me vuelvo a acostar a tu lado pero esta vez en ropa interior y con el alma desnuda por completo, te quito la blusa mientras disfruto de las vistas y me colocas bien la tira del sujetador pero yo en cambio, segura de mí misma, me armo de valor y me dispongo a desabrocharlo y me acaricias la espalda con tus dedos calientes.
Despierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario